
Poesía: género que configura humanos
Perseguir una definición sin ningún límite de la estructura
Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
Vicente Huidobro
Hasta qué momento la poesía. Y la canción sigue, el papalote escribe letras en el cielo y yo pienso algo extremo sobre el concepto poesía. Y ahí vienen todas las cuestiones. Quisiera preguntarme otra cosa, cómo se hacen los tacos, qué tipo de aromas se le agregan a esa salsa, en qué momento se mueven los vegetales de tal receta, pero no. Esto es algo muy grande. La poesía es algo que llega a muchas definiciones.
“Procura volver”, me dijo con ánimo alentador. Yo tenía el espíritu dispuesto en el huracán. Pedalee debajo de él. Le nombraron Patricia, yo le llamé Poesía. No tuve incertidumbre al mirar lo que pasaba ahí. Imagine, “así debe ser cada poema”: una potencia única que permite dimensionar la vida a cada paso. Y volé un par de veces debajo de su viento y su agua. Era octubre. Yo estuve sobre mi bicicleta y me contuve a dejar la vida. Y aquí mis letras, yo y la poesía.
Qué podría decir de aquel momento. No sé, algo similar pasa ahora. Pues conmueve y nos crea. Ese artefacto que cabe en la mente humana y no más, ha dado de qué hablar en los últimos años y ha sido por resistir, permanecer, existir. La poesía hoy es un punto de contención que se diversifica de muchas formas, improbables y mágicas. Pensé alguna vez que Ululayu existía, y desde hace tiempo, vivo en mi propio poema.
Y es que la poesía permite a la humanidad descalzarse de sí misma. Nos entrega la vida y la muerte, el dolor y la consecuencia, la incertidumbre, la soledad, el epitafio y el amor. Nos comparte desde su poder todas las posibilidades para entregarse, darse, vivirse. La poesía nos llama veneno y viento por igual. Nos acostumbra a descender desde el espasmo hasta el rocío. Vaya, “la poesía es el espejo de nuestros ancestros, el aliento de nuestro presente y la semilla de nuestro futuro”, manifiesta Giselle Lucía, desde una isla que vibra el ser, la letra, la palabra, la resistencia.
Desde la voz de mujeres y hombres, nos existimos, unos desde muy temprana edad, otros desde el inicio de la muerte. Así nos vamos con el poema. Celebrarla, claro, desde nuestras luchas, desde nuestras injusticias, desde el dolor y el miedo, desde la amistad y la fortaleza de sabernos, desde nuestras geografías. Y nos perfilamos como entidades únicas bajo cada verso. Nos entregamos en los placeres del día a día. Hacemos poesía porque “es la sangre que me explora el cuerpo y el hilo rojo con el que me comunico con los demás”, comparte Luis Armenta Malpica, con mezcal al lado. Y así vamos con la sangre entre estos bultos que hemos llamado cuerpos para cargar, a su vez, nuestras poéticas.
El poema no se cierra nunca mientras haya humanidad. Así la poesía se dice viento, artefacto, error y velocidad. Así la palabra se incrusta entre nuestros soliloquios a cada rato. “La poesía es el último refugio que le queda al humano, no hay que escribirla. La otra, es mayor siempre, es una necesidad, y como toda energía verdadera, puede lastimar de la peor manera”, con un brazo amorfo, Jorge García Prieto escribe desde el Caribe.
Y de qué manera el viento mueve a las olas, dirige al polvo, extiende al fuego; de qué manera sostiene a los huracanes; en qué momento construye poemas desde la erosión. Así me pregunto a cada rato y sólo existo. Así me voy de cabeza y me pierdo en el cerebro. Abordo mi bicicleta y pedaleo desde el ser, desde la vida y doy gracias. En la poesía se encuentra todo, la ausencia y la presencia, la comodidad y la insatisfacción. En la poesía se encuentran las veredas de las raíces que somos. La poesía es “semilla de agua, cuenca de origen donde creció el fresno que bifurcó a los senderos”, así la concibe Melissa del Mar desde una ciudad del norte americano.
Porque en la poesía se encuentra el error, la imprecisión de sabernos humanos y la exactitud del trayecto. Es tiempo de pedalear para entregar al horizonte nuestras primaveras. Son horas para hacer actos de cambio y de descubrir el futuro como un verso no escrito. Siempre seremos parte del error y del fuego, así de la poesía y del viento, una composición sin paredes. “La poesía es un instrumento para crear acordes con las palabras”, comparte Aurora González desde la noche de primavera.
Celebrar la poesía como último aliento, pues ni toda la vida para todos los versos. Algo así nos habla el tiempo, en el día a día, desde cada escondite que la poesía encuentra. No es posible terminar la sensación de encuentro si apenas se ha dicho una palabra. “Cuando digo poesía, digo todos los nombres” escribe Alberto Paz desde la frontera mexicana. Y es tan extenso el número de posibilidades que no somos capaces de percibir todas las figuras y con ello se desarticula el pensamiento, nos toma tiempo establecer una letra detrás de todo el viento, así el poema a la distancia, la existencia en el momento.
Poesía es compartir entre los hilos de la vida. Dar un poco de sí y ejecutar el alivio de uno en el otro y este en otro y así sucesivamente por toda la cadena. Poesía es “la vibración que se estrella en los sentidos, la marea que acrecienta lo inefable…” comparte Rossana Camarena desde el vórtice del viento. Poesía es el cansancio del camino pues la comodidad pervierte la sed del espíritu. Que se asuma la primavera con todos los colores que nos entrega el sol para mirar hacia un reflejo enorme de la constancia del río. Así andar, así despertar, persistir, ser aroma y vacío a la vez.
Un poema nos ha escrito la silueta. Y es motivo de que persistamos en el pensamiento del por qué establecemos sobre la poesía. Cada humano tiene su propio referente, su propia arquitectura y experiencia. Hagamos de las posibilidades poéticas la diferencia de vivir lejos de la calumnia y de la pretensión. Que el poema nos declare error para ejecutar la poesía desde nuestros ojos. Se trata de no justificar, ni de confrontar, ni de persistir, la poesía es simplemente un acto que nos rodea como humanos. No hay mejor ni peor. Hay estilos y también, trabajo en el oficio. Eso, es lo que distingue de una pretensión a una vitalidad de la palabra.
Pero, la poesía germina por sentir, hay opciones, sí, hay tiempos sí, y también diversas problemáticas que necesitan de un empujón en la vida, la poesía es eso, quizá. Es un recital en la calle, dentro del tren, en el camión, más allá de las historias inventadas tras el escritorio. Hay muchos contextos y la palabra se anuncia como refugio. Así lo me lo dijeron más de una veintena de poetas a principios de año. La respuesta fue diversa, y, sobre todo, el acto de sorprenderme sobre todas las posibilidades fue un recuerdo extraño, sin embargo, alcance a comprender diversidades de voces.
No todos tenemos las mismas lecturas de la poesía. Hay de todo tipo y de ciertos orígenes. Temas diversos, problemáticas personales de alta guerra y que fecundan emociones que trabajamos. Es imposible no mencionar que muchas de las personas que escriben poesía están en diversos procesos intensos. Más allá de escribir por convicción o por artificio, sino por instrucción propia y a manera de bolero. La determinación entrega mil probabilidades de leer, millones de ofertas sin precipicio. Hay una cantidad enorme de ramas que nos permiten extender el color y la imaginación. El volumen de abstracción es una fuente de impacto. La poesía es como es.
Entregamos a las visiones muchas palabras: “refugio”, “universo”, “mundo”, “camino, “balance”, “construcción”, y en un sondeo se manifiestan las vitalidades, las construcciones y las poéticas de muchas personas. Cada quién como cada cual. En los últimos meses platiqué con poetas sobre diversos conceptos, en diferentes caminos y de muchas maneras. Es por ello por lo que no me he creado nada. El término sobrepasa lo que podemos como humanos. Y más en estos tiempos en los que buscamos ser una premisa más de colores, de gloria, de solidaridad. Qué será si no existe el término adecuado. Qué importa, el ejercicio es la lectura como respuesta a todo. Se puede caminar desde un paso a otro. Así estas lecturas semióticas que día a día hacemos para construirnos un poema con el momento, con la pareja, con los amigos, con la naturaleza, con la emoción, con el sueño, simplemente por el gusto, de crear.
Quisiera creer que la poesía es algo mínimo que vino a manifestarse para sólo algunos, pero eso es imposible, el acto poético lo construimos a diario desde diversos tiempos. Y es que eso no cabe en una definición exacta, porque ningún poeta es exacto, y tampoco, ningún poema es preciso. La construcción de la palabra va más allá de percibir inspiración y trabajo literario. Se trata de observar el mundo de todas las formas posibles a experiencia de la vida. He intentado quedarme en el ejercicio de la palabra, pero esta misma se modifica por el todo. Es decir, la poesía se encuentra en movimiento porque en la vida hay movimiento. Ningún poema será preciso de su tiempo y de su espacio. Evolucionará en su cada tanto, entre defectos y virtudes, y ese es el trabajo de la poesía, uno de tantos, por decir algo.
A todo esto, la poesía nos permite pensar y repensar las posibilidades del humano. No hay momento en que se acabe la poesía si existimos en comunidad. No deseo ser pusilánime ni mucho menos un parasito, sino simplemente compartir una perspectiva más allá de la retórica cuantitativa y cualitativa de la persecución azarosa de la academia, de los formalismos que más allá de liberarnos nos han encarcelado de una forma retórica increíble. Poesía no es lo que se escribe, sino lo que se vive. Eso que se siente. Más allá de ello, todo es una maquinaría de reflejos sin reflexiones. Porque toda la humanidad pasa por el efecto infancia y todos sabemos cómo jugar a ser poeta.
Sí, es preciso trabajar la poesía de muchas maneras, estoy de acuerdo, pero eso no sucederá si no se le entrega a la experiencia de vivir un amor único y preciso ante lo propio del verbo sentir. Hay algo que nos queda y nos reclama por siempre, la lectura. La palabra como base de nuestras respuestas y de nuestros trayectos es lo que nos llena de pasado, presente y futuro. Se consume la palabra en cada aliento y en cada jadeo de voz que anunciamos, tantos poemas que podemos decirnos y aquí estoy en movimiento para saber cuáles compartiré. Nos queda la vida, el reflejo del sol, los sepelios, el ajedrez, la tecnología, las adivinanzas políticas y económicas, igual los desiertos y los huracanes, los recuerdos, los errores y las virtudes, pero lo que se acaba con el poema, es el tiempo. Hay que vaciar lo necesario y crear lo posible para un futuro, la llamada de la palabra sólo entrega momentos a quienes piensan y luego sienten.
Hoy estamos vivos para leerla, saborearla, pero, sobre todo, sentirla. Y volví después del huracán, comprobé la fuerza del viento y me sentí nada. Su nombre es aquí y ahora. Pedalear como sinónimo de meditación: la poesía como constructo de experiencia.*