Poesía: género que configura humanos

La poesía anda en bicicleta: conmigo. Foto: Miguel Asa
Poesía: género que configura humanos
Perseguir una definición sin ningún límite de la estructura

Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
Vicente Huidobro

Hasta qué momento la poesía. Y la canción sigue, el papalote escribe letras en el cielo y yo pienso algo extremo sobre el concepto poesía. Y ahí vienen todas las cuestiones. Quisiera preguntarme otra cosa, cómo se hacen los tacos, qué tipo de aromas se le agregan a esa salsa, en qué momento se mueven los vegetales de tal receta, pero no. Esto es algo muy grande. La poesía es algo que llega a muchas definiciones.

“Procura volver”, me dijo con ánimo alentador. Yo tenía el espíritu dispuesto en el huracán. Pedalee debajo de él. Le nombraron Patricia, yo le llamé Poesía. No tuve incertidumbre al mirar lo que pasaba ahí. Imagine, “así debe ser cada poema”: una potencia única que permite dimensionar la vida a cada paso. Y volé un par de veces debajo de su viento y su agua. Era octubre. Yo estuve sobre mi bicicleta y me contuve a dejar la vida. Y aquí mis letras, yo y la poesía.  

Qué podría decir de aquel momento. No sé, algo similar pasa ahora. Pues conmueve y nos crea. Ese artefacto que cabe en la mente humana y no más, ha dado de qué hablar en los últimos años y ha sido por resistir, permanecer, existir. La poesía hoy es un punto de contención que se diversifica de muchas formas, improbables y mágicas. Pensé alguna vez que Ululayu existía, y desde hace tiempo, vivo en mi propio poema. 

Y es que la poesía permite a la humanidad descalzarse de sí misma. Nos entrega la vida y la muerte, el dolor y la consecuencia, la incertidumbre, la soledad, el epitafio y el amor. Nos comparte desde su poder todas las posibilidades para entregarse, darse, vivirse. La poesía nos llama veneno y viento por igual. Nos acostumbra a descender desde el espasmo hasta el rocío. Vaya, “la poesía es el espejo de nuestros ancestros, el aliento de nuestro presente y la semilla de nuestro futuro”, manifiesta Giselle Lucía, desde una isla que vibra el ser, la letra, la palabra, la resistencia. 

Desde la voz de mujeres y hombres, nos existimos, unos desde muy temprana edad, otros desde el inicio de la muerte. Así nos vamos con el poema. Celebrarla, claro, desde nuestras luchas, desde nuestras injusticias, desde el dolor y el miedo, desde la amistad y la fortaleza de sabernos, desde nuestras geografías. Y nos perfilamos como entidades únicas bajo cada verso. Nos entregamos en los placeres del día a día. Hacemos poesía porque “es la sangre que me explora el cuerpo y el hilo rojo con el que me comunico con los demás”, comparte Luis Armenta Malpica, con mezcal al lado. Y así vamos con la sangre entre estos bultos que hemos llamado cuerpos para cargar, a su vez, nuestras poéticas.

El poema no se cierra nunca mientras haya humanidad. Así la poesía se dice viento, artefacto, error y velocidad. Así la palabra se incrusta entre nuestros soliloquios a cada rato. “La poesía es el último refugio que le queda al humano, no hay que escribirla. La otra, es mayor siempre, es una necesidad, y como toda energía verdadera, puede lastimar de la peor manera”, con un brazo amorfo, Jorge García Prieto escribe desde el Caribe. 

Y de qué manera el viento mueve a las olas, dirige al polvo, extiende al fuego; de qué manera sostiene a los huracanes; en qué momento construye poemas desde la erosión. Así me pregunto a cada rato y sólo existo. Así me voy de cabeza y me pierdo en el cerebro. Abordo mi bicicleta y pedaleo desde el ser, desde la vida y doy gracias. En la poesía se encuentra todo, la ausencia y la presencia, la comodidad y la insatisfacción. En la poesía se encuentran las veredas de las raíces que somos. La poesía es “semilla de agua, cuenca de origen donde creció el fresno que bifurcó a los senderos”, así la concibe Melissa del Mar desde una ciudad del norte americano. 

Porque en la poesía se encuentra el error, la imprecisión de sabernos humanos y la exactitud del trayecto. Es tiempo de pedalear para entregar al horizonte nuestras primaveras. Son horas para hacer actos de cambio y de descubrir el futuro como un verso no escrito. Siempre seremos parte del error y del fuego, así de la poesía y del viento, una composición sin paredes. “La poesía es un instrumento para crear acordes con las palabras”, comparte Aurora González desde la noche de primavera.

Celebrar la poesía como último aliento, pues ni toda la vida para todos los versos. Algo así nos habla el tiempo, en el día a día, desde cada escondite que la poesía encuentra. No es posible terminar la sensación de encuentro si apenas se ha dicho una palabra. “Cuando digo poesía, digo todos los nombres” escribe Alberto Paz desde la frontera mexicana. Y es tan extenso el número de posibilidades que no somos capaces de percibir todas las figuras y con ello se desarticula el pensamiento, nos toma tiempo establecer una letra detrás de todo el viento, así el poema a la distancia, la existencia en el momento. 

Poesía es compartir entre los hilos de la vida. Dar un poco de sí y ejecutar el alivio de uno en el otro y este en otro y así sucesivamente por toda la cadena. Poesía es “la vibración que se estrella en los sentidos, la marea que acrecienta lo inefable…” comparte Rossana Camarena desde el vórtice del viento. Poesía es el cansancio del camino pues la comodidad pervierte la sed del espíritu. Que se asuma la primavera con todos los colores que nos entrega el sol para mirar hacia un reflejo enorme de la constancia del río. Así andar, así despertar, persistir, ser aroma y vacío a la vez. 

Un poema nos ha escrito la silueta. Y es motivo de que persistamos en el pensamiento del por qué establecemos sobre la poesía. Cada humano tiene su propio referente, su propia arquitectura y experiencia. Hagamos de las posibilidades poéticas la diferencia de vivir lejos de la calumnia y de la pretensión. Que el poema nos declare error para ejecutar la poesía desde nuestros ojos. Se trata de no justificar, ni de confrontar, ni de persistir, la poesía es simplemente un acto que nos rodea como humanos. No hay mejor ni peor. Hay estilos y también, trabajo en el oficio. Eso, es lo que distingue de una pretensión a una vitalidad de la palabra.

Pero, la poesía germina por sentir, hay opciones, sí, hay tiempos sí, y también diversas problemáticas que necesitan de un empujón en la vida, la poesía es eso, quizá. Es un recital en la calle, dentro del tren, en el camión, más allá de las historias inventadas tras el escritorio. Hay muchos contextos y la palabra se anuncia como refugio. Así lo me lo dijeron más de una veintena de poetas a principios de año. La respuesta fue diversa, y, sobre todo, el acto de sorprenderme sobre todas las posibilidades fue un recuerdo extraño, sin embargo, alcance a comprender diversidades de voces.

No todos tenemos las mismas lecturas de la poesía. Hay de todo tipo y de ciertos orígenes. Temas diversos, problemáticas personales de alta guerra y que fecundan emociones que trabajamos. Es imposible no mencionar que muchas de las personas que escriben poesía están en diversos procesos intensos. Más allá de escribir por convicción o por artificio, sino por instrucción propia y a manera de bolero. La determinación entrega mil probabilidades de leer, millones de ofertas sin precipicio. Hay una cantidad enorme de ramas que nos permiten extender el color y la imaginación. El volumen de abstracción es una fuente de impacto. La poesía es como es.

Entregamos a las visiones muchas palabras: “refugio”, “universo”, “mundo”, “camino, “balance”, “construcción”, y en un sondeo se manifiestan las vitalidades, las construcciones y las poéticas de muchas personas. Cada quién como cada cual. En los últimos meses platiqué con poetas sobre diversos conceptos, en diferentes caminos y de muchas maneras. Es por ello por lo que no me he creado nada. El término sobrepasa lo que podemos como humanos. Y más en estos tiempos en los que buscamos ser una premisa más de colores, de gloria, de solidaridad. Qué será si no existe el término adecuado. Qué importa, el ejercicio es la lectura como respuesta a todo. Se puede caminar desde un paso a otro. Así estas lecturas semióticas que día a día hacemos para construirnos un poema con el momento, con la pareja, con los amigos, con la naturaleza, con la emoción, con el sueño, simplemente por el gusto, de crear.

Quisiera creer que la poesía es algo mínimo que vino a manifestarse para sólo algunos, pero eso es imposible, el acto poético lo construimos a diario desde diversos tiempos. Y es que eso no cabe en una definición exacta, porque ningún poeta es exacto, y tampoco, ningún poema es preciso. La construcción de la palabra va más allá de percibir inspiración y trabajo literario. Se trata de observar el mundo de todas las formas posibles a experiencia de la vida. He intentado quedarme en el ejercicio de la palabra, pero esta misma se modifica por el todo. Es decir, la poesía se encuentra en movimiento porque en la vida hay movimiento. Ningún poema será preciso de su tiempo y de su espacio. Evolucionará en su cada tanto, entre defectos y virtudes, y ese es el trabajo de la poesía, uno de tantos, por decir algo.

A todo esto, la poesía nos permite pensar y repensar las posibilidades del humano. No hay momento en que se acabe la poesía si existimos en comunidad. No deseo ser pusilánime ni mucho menos un parasito, sino simplemente compartir una perspectiva más allá de la retórica cuantitativa y cualitativa de la persecución azarosa de la academia, de los formalismos que más allá de liberarnos nos han encarcelado de una forma retórica increíble. Poesía no es lo que se escribe, sino lo que se vive. Eso que se siente. Más allá de ello, todo es una maquinaría de reflejos sin reflexiones. Porque toda la humanidad pasa por el efecto infancia y todos sabemos cómo jugar a ser poeta.

Sí, es preciso trabajar la poesía de muchas maneras, estoy de acuerdo, pero eso no sucederá si no se le entrega a la experiencia de vivir un amor único y preciso ante lo propio del verbo sentir. Hay algo que nos queda y nos reclama por siempre, la lectura. La palabra como base de nuestras respuestas y de nuestros trayectos es lo que nos llena de pasado, presente y futuro. Se consume la palabra en cada aliento y en cada jadeo de voz que anunciamos, tantos poemas que podemos decirnos y aquí estoy en movimiento para saber cuáles compartiré. Nos queda la vida, el reflejo del sol, los sepelios, el ajedrez, la tecnología, las adivinanzas políticas y económicas, igual los desiertos y los huracanes, los recuerdos, los errores y las virtudes, pero lo que se acaba con el poema, es el tiempo. Hay que vaciar lo necesario y crear lo posible para un futuro, la llamada de la palabra sólo entrega momentos a quienes piensan y luego sienten.

Hoy estamos vivos para leerla, saborearla, pero, sobre todo, sentirla. Y volví después del huracán, comprobé la fuerza del viento y me sentí nada. Su nombre es aquí y ahora. Pedalear como sinónimo de meditación: la poesía como constructo de experiencia.*

 

La muerte: el paso al desenfreno humano

La muerte en fotografía. Foto: Miguel Asa
La muerte: el paso al desenfreno humano
El momento en que todo cambia y al que estamos destinados

Morir dura toda la vida
vivir dura tan sólo cada momento.
Raúl Aceves

No sé qué pasa en este momento. Escribo un saludo para una amiga en Nueva York. Siento el recuerdo de mis amigas en Loreto. Descubro el sentir del pintor en Oslo. Pienso en la sensibilidad de otro amigo en Madrid. Recuerdo a la poeta de Buenos Aires. Anuncio un sueño hasta el recitador en La Habana. Añoro los pasos de la diseñadora por Río de Janeiro. Imagino a mi amiga en París. Abrazo a mis amigos de Vancouver. Sueño con el punto de partida de Florencia. Y cuando escribo esto, vivo en Guadalajara para celebrar la muerte.

Pienso desde hace tiempo en este texto y no pretendo resolver nada de lo que existe. Sólo deseo compartir un poco de lo que sucede a mi alrededor, como parte de un proceso creativo, consciente y generoso, y por ello, siempre agradezco. He tenido la valía de compartir con muchas personas a lo largo de mi vida y eso me ha fascinado a campo abierto. En ocasiones la certeza, en otras el error, pero siempre en constante aprendizaje, y de ello, la muerte como la gran maestra.

Hay veces que pensamos que seremos eternos, a tal grado de inventarnos historias para generar suplicios con el fin de sentir compasión por nosotros mismos y algo más allá de lo que percibimos. Nos hemos convertido en presas de nuestros propios supuestos y todo lo hemos extendido tanto que buscamos entretenernos mientras descubrimos la sencillez de vivir. ¿Hemos olvidado los pequeños detalles de este planeta? ¿Acaso la naturaleza nos ha entregado las respuestas de todo lo que guarda? O tan simple, ¿nos hemos construido la idea de una vida prolongada cuando en realidad no tenemos el control de nada, incluso, de nuestros propios cuerpos?

Vestimenta y farsa. Foto: Miguel Asa

Pues vaya, hemos creído desde hace mucho en la mitología de la muerte, le hemos dado muchas oportunidades en la imaginación y en los constructos que otorgamos en vida. Le hemos puesto calcetines, le hemos inventado vida, le hemos escrito, pintado, fotografiado, esculpido y un sin fin de acciones que no nos cansan. Le hemos entregado tiempo de nuestras vidas para deducir todo el complejo estructural que es y que se desarma cuando nuestro corazón deja de latir. Y lo que pasa, simplemente, es la cuestión de invalidar todo lo que somos desde una realidad más modesta que la que percibimos con todo nuestro armamento científico. Y es que nada de lo que la ciencia genera es absoluto, mucho menos, nuestro pensamiento, y más allá de sí, la intensidad de nuestra máquina se apaga con el menor de los movimientos más grotescos de la Tierra.

La palabra es desprendimiento, del verbo desprender, lo que la Real Academia Española define como “desapego, desasimiento de las cosas” y aquí vamos. Sí, le tememos a la muerte, nadie quiere morir, nadie quiere exigirse el miedo de la ausencia, nadie, absolutamente a nadie, le gusta el dolor de una manera tácita y firme. No deseo involucrarme con las filias porque eso corresponde al mismo género que la farsa, pues amar el dolor, sencillamente, es una de las figuras que debemos aplaudir como una revelación más de nuestras capacidades humanas. Y todo, siempre, ha sido un constructo que nos hemos colocado en el imaginario colectivo con el fin de otorgar una carga a la última acción que haremos, morir.

No podemos definir a la muerte como algo más allá del precepto que hemos alcanzado: sólo hay posibilidad de reparar cuerpos pero ninguna vitalidad para mantenerlos eternamente. No hay ninguna perfección en el estigma humano, ni siquiera desde un ámbito filosófico, artístico, político, religioso, espiritual o cualquier otro similar, o da lo mismo, a lo que llegue nuestra mente. La realidad más palpable y auténtica que hemos encontrado es que todo tiene un principio y un final, y eso, con finura, debe ser trabajado en comunidad por el bien de la especie, o por lo menos, por el bien de nuestra individualidad. Pues si bien, contemplar la ausencia de algo o de alguien, es un proceso al que se llega desde la aceptación y sin ningún remordimiento. Todo, de una vez por todas, ya no será como alguna vez lo percibimos. El mismo hecho de que estamos en un planeta en constante movimiento, o eso hemos querido suponer, es ya una puerta establecida al infinito, un cuerpo material del que no hemos conocido en sí, la grandeza de su poder. 

Encuentro. Foto: Miguel Asa

Y lo que aprecio, sencillamente, es que todo cambia a cada minuto. He aprendido a ser consciente de mi muerte, de mi cierre, de mi colapso, de mi final, así de sencillo. Pero no la contemplo como algo que sepa con claridad y firmeza, creo que nadie, sino todo lo contrario, por mérito propio, aprendí a amar a la muerte con simpleza y cautela. Las personas que han muerto son ausencias necesarias para la expansión mental del humano en vida hacia su interior. Buscamos las respuestas en todas partes y la mayoría de ellas están en nuestra consciencia, de ahí que podamos concebir la fuerza propia como elemento de equilibrio. La resistencia depende de la paciencia, y ésta, de la ligereza a la apertura ante todo y con todo. En sí, hay que despreocuparse por los prejuicios, los mitos, las oraciones, las palabras, y todo aquello, que de una u otra manera nos limitan. Uno de esos conceptos es el miedo a lo que la sociedad señala. Quizás sea, debido a ello, que nos hemos construido fronteras de muchos tipos simplemente para mantener la razón emocional en pie del temor al desfavorecer a nuestra libertad, así sea educativa, sexual, activa, deportista y cualquier otra parecida que conlleve decisión desde la individualidad. Y es que no somos dos veces en ningún momento.

Para ello, entre lo que uno vive y cómo lo vive, el desprendimiento nos toca en todas direcciones. Y es que el duelo parte de una sensibilidad del estar y no. Aceptar es. En sí, no hay más qué hacer después del desplome de un elemento humano: un muerto es un muerto es un muerto es un muerto y nada más. Quisiéramos que todo fuese armonía para confrontar al artefacto final de una manera cómoda e indolora, pero nos hemos disfrazado de ella con la finalidad de cometer la falsedad de observarnos finiquitados. Y no acaba ahí el pensamiento sobre la muerte. Hemos escrito libros, le hemos construido la maldad a su alrededor para definirla limitada y contraria a la victoria de la vida, del existir. ¿Pero en qué momento será posible darnos cuenta que somos flores, papalotes y mercurio? Todo, en sí, es un elemento que proviene de la Tierra. De ahí que estemos en un pensamiento infinito, en una construcción-destrucción diaria, en un ciclo en el que nadie, por lo menos humano, tiene la capacidad para determinar sus procesos.

El descubrimiento de sabernos, de conocernos, de observarnos, son sólo ejercicios retóricos para entretener el pensamiento y tener, al menos, una idea de lo que somos o creemos ser. Pero, cuando uno se despide, no aterriza por costumbre. Lo válido aquí es no desahuciar nuestra individualidad por pretexto debido a la ausencia de fortaleza, de voluntad y de aceptación. Cuando un humano se marcha, pesa, pero debemos ejercitar la capacidad del desprendimiento, así como de las cosas, de los tiempos, de los momentos, de los trabajos, de los esfuerzos, de las certezas, de las equivocaciones, de las jugadas, de los caminos, de los lugares, de las personas, y sobre todo, y al final de cuentas, de los espíritus de éstas, que será el mayor desapego que logremos en vida. 

Sensaciones y lucidez. Foto: Miguel Asa

Hay que celebrar la muerte desde la naturalidad de la materia. Así pues, el existir es abrazar la realidad con una cualidad de aceptación como un cuerpo en detrimento. Así se encuentra la muerte desde la incertidumbre sin tanto daño a nuestra salud mental, a esa percepción que nos permite, por lo menos, de alguna manera, un bienestar prioritario con nosotros mismos. Quizás pueda tratarse de la fragilidad de la muerte como eje rector de la vida, y así lo es, la marca la portamos todos y sin fecha ni aviso predeterminado de caducidad. Habrá planes para producir, pero hay una actividad que ejecuta protesta a la vida sin ningún remordimiento. Entonces, ¿qué hacemos al estar vivos y aniquilar nuestras posibilidades del rendimiento personal al aletargarse uno por la tristeza, la depresión y otras enfermedades mentales que nos trastornan tras el deceso de alguien cercano? 

Sencillo es el dominio de las emociones, de los sentimientos y de los pensamientos, pero por una u otra cuestión, no nos permitimos ello, pues la incertidumbre dentro de las sociedades se ha expandido como una de las mayores problemáticas mentales. De ahí que todo tenga que ver con el desarrollo de saber qué deseas aquí, las direcciones, los sueños y las posibilidades de que compartamos sin límite. 

“El muerto al pozo y el vivo al gozo”, dice cierto refrán y sólo queda el recuerdo como el paso de lo que fuimos, una evidencia que nos posibilita reconocernos a nosotros en el presente para trabajar constantemente, de manera incierta, por un futuro desconocido. Creamos para vivir y preservar, pero será imposible en el cambio, si no nos damos cuenta de la oportunidad de desprendernos de todo. Es necesario comprender que la muerte generará diversos procesos que aún hoy día se estudian, y en ellos, la diversidad y la perspectiva que sucede con el cambio social.

Retrato del silencio. Foto: Miguel Asa

Y vuelvo, desprendernos es esa capacidad que podemos alcanzar tras el descubrimiento personal que nosotros decidamos entregarnos, pues si bien existe en la comunicación humana que “debemos consumir”, la posibilidad y la ligereza por descubrir, quizás, muy elocuentemente, se trata de una perspectiva que algunos hemos logrado percibir tras el gusto por viajar de mil y un maneras, y quizás no sólo de ello, sino el de medir las capacidades que nuestras máquinas de carne nos posibilitan, ahí la resistencia, la apertura , la incomodidad, el cansancio, la adaptación, la fatiga, el sudor, la molestia, la caída y un sin fin de acciones, términos y conceptos que se aletargan en nuestra mentalidad de aventura. Por ello, de tal manera, el dolor es un profesor de alta alcurnia al que le gusta poner caramelos en las páginas de la vida para enfrentar un poco al peligro, sin embargo, siempre, casi siempre, hay una oportunidad ante la paciencia y la incertidumbre. Y sí, continuamos, nos ofrecemos la vitalidad para expandir nuestro sentir y ello sólo sucederá una vez, ninguna sensación, por más parecida que sea, será igual jamás.

Así que sí, tenemos miedo y existe el desprendimiento. Hay trabajo por arriesgar en la incertidumbre y nos mantenemos a flote en el cuerpo sistemático de diversas maneras. Uno debe de pensar ciertamente en sus posibilidades y amarrarse los deseos lo menos posible, ya que de suceder así, detenemos los sueños y las posibilidades de acudir a nuestra propia realización personal. Una es el desprendernos de todo lo que nos rodea para caminar ligero, pues a pesar de que el juguete de la muerte lo portemos a cada rato, debemos de no cargar a nuestro ser de sentimientos, emociones y pensamientos que procuren la inestabilidad mental. Al final, la única razón para sentir es aquella que nos permite visibilizar nuestra capacidad receptiva y sensible. 

La última vez que me despedí de un cercano pase con él 15 minutos. No había razón ya para llorar, para clavarme una espina en el pensamiento, para exprimirme el lienzo de rigurosas memorias, incluso, para intentar recuperar lo perdido; me he convencido: lo hecho, hecho está y no hay retorno. Le agradecí ante su cadáver en un momento a solas. Y me di cuenta que estaba hablando con un cuerpo inactivo, con un muerto, con la materia que ha perdido la energía humana y así quedó. Un muerto es un espejo de nosotros mismos. Y es que no sólo es un proceso de observación ni desprendimiento, también se trata de un proceso de crecimiento, pues dentro del duelo, entre nuestros miedos, nos refugiamos en la propia violencia hacia nuestros cuerpos, y es que el dolor que engulle nuestra mente por la pérdida de cualquier cercano, nos trastorna, nos conflictúa y nos mata poco a poco. He ahí el balance de nuestra propia evolución. Nos violentamos a tal grado de no concebir la posibilidad de morir en cualquier momento. Nos anulamos nuestro quehacer, nuestra creatividad, nuestros esfuerzos y entonces, ahí, en ese punto, es donde existe la certeza de quiénes te abrazan, te apoyan y te estiman. Habrá que ser cauto cuando la vulnerabilidad está cerca. Entre la humanidad y su discordia hay muchos factores.

Pausa y seguimiento. Foto: Miguel Asa

Sí, he perdido un poco más el miedo a morir y estoy tranquilo con ello. Estuve en distintos puntos, con una serie contundente de pérdidas, dentro de mi familia y fuera de ella, pero al final, personajes que de alguna u otra manera marcaron el quehacer de mi existencia. No es por demás concebir a la muerte con diversas definiciones, pues, si bien no lo sabemos, lo pretendemos. Es un pesar que nadie nos pueda explicar de buena cuenta lo que se siente en el proceso final.

Luces. Foto: Miguel Asa

Y así como dijo mi comunidad en sus respuestas. La muerte es la flor al final de la vida. Es un renacer. Es sublime, perfecta, cándida a veces. Evolución y transformación. La muerte es la cúspide, el paso a otra dimensión. Plenitud. La muerte es insípida, omnipresente. Morir es una fiesta, el premio. La muerte es la llave del secreto mejor guardado. Así liberación, así bendición, es morir. Es lo único seguro al nacer. Quizás, el sentido de la vida, la mudanza de la existencia. La muerte es definitiva. Una mariposa. Es el olvido de los motivos para vivir. La muerte es necesaria. Es un presagio, siempre, el misterio más abstracto y profundo de lo que existe. La muerte es delirio, decreto y ascensión. La muerte es compasión, caridad y amor. La muerte es chumbala cachumbala chachumbala. La muerte es una carta de la lotería. La muerte es la trascendencia. La muerte es agradecer. Aquel inicio de lo desconocido. Morir es la salvación para irse de este mundo de mierda. La muerte es un espiral, un retorno, un círculo. La muerte es el regalo más sublime que ofrenda la vida. La muerte es una metamorfosis. La muerte es la distancia entre el amor y la añoranza de una esperanza no realizada. La muerte es encuentro, la única verdad. La muerte es silencio. La muerte es negocio. La muerte es un umbral. Así despertar y reconectar. Es un tránsito místico y doloroso para los que nos quedamos. Es trascender. El regreso a casa. La muerte es canción. Es una confirmación de la existencia, otro comenzar, otra vida, el último suspiro, el ciclo. La muerte es ausencia. La muerte es parte de. Se trata del regreso al nacimiento. La muerte es el mayor misterio. Es, ciertamente, un acto poderoso de magia real, un instante de alquimia, una chispa. La muerte es victoria, una puerta, dormir sin que nadie te despierte. Es la meta a la que todos llegamos, es el retorno al origen. La muerte es un cliché. Es una compañía eterna. La muerte es natural. La muerte soy yo y ya está.

En memoria de toda la comunidad a mi alrededor que murió en los últimos años, siempre gracias por lo compartido ante mis ojos.