La muerte en fotografía. Foto: Miguel Asa
La muerte: el paso al desenfreno humano
El momento en que todo cambia y al que estamos destinados

Morir dura toda la vida
vivir dura tan sólo cada momento.
Raúl Aceves

No sé qué pasa en este momento. Escribo un saludo para una amiga en Nueva York. Siento el recuerdo de mis amigas en Loreto. Descubro el sentir del pintor en Oslo. Pienso en la sensibilidad de otro amigo en Madrid. Recuerdo a la poeta de Buenos Aires. Anuncio un sueño hasta el recitador en La Habana. Añoro los pasos de la diseñadora por Río de Janeiro. Imagino a mi amiga en París. Abrazo a mis amigos de Vancouver. Sueño con el punto de partida de Florencia. Y cuando escribo esto, vivo en Guadalajara para celebrar la muerte.

Pienso desde hace tiempo en este texto y no pretendo resolver nada de lo que existe. Sólo deseo compartir un poco de lo que sucede a mi alrededor, como parte de un proceso creativo, consciente y generoso, y por ello, siempre agradezco. He tenido la valía de compartir con muchas personas a lo largo de mi vida y eso me ha fascinado a campo abierto. En ocasiones la certeza, en otras el error, pero siempre en constante aprendizaje, y de ello, la muerte como la gran maestra.

Hay veces que pensamos que seremos eternos, a tal grado de inventarnos historias para generar suplicios con el fin de sentir compasión por nosotros mismos y algo más allá de lo que percibimos. Nos hemos convertido en presas de nuestros propios supuestos y todo lo hemos extendido tanto que buscamos entretenernos mientras descubrimos la sencillez de vivir. ¿Hemos olvidado los pequeños detalles de este planeta? ¿Acaso la naturaleza nos ha entregado las respuestas de todo lo que guarda? O tan simple, ¿nos hemos construido la idea de una vida prolongada cuando en realidad no tenemos el control de nada, incluso, de nuestros propios cuerpos?

Vestimenta y farsa. Foto: Miguel Asa

Pues vaya, hemos creído desde hace mucho en la mitología de la muerte, le hemos dado muchas oportunidades en la imaginación y en los constructos que otorgamos en vida. Le hemos puesto calcetines, le hemos inventado vida, le hemos escrito, pintado, fotografiado, esculpido y un sin fin de acciones que no nos cansan. Le hemos entregado tiempo de nuestras vidas para deducir todo el complejo estructural que es y que se desarma cuando nuestro corazón deja de latir. Y lo que pasa, simplemente, es la cuestión de invalidar todo lo que somos desde una realidad más modesta que la que percibimos con todo nuestro armamento científico. Y es que nada de lo que la ciencia genera es absoluto, mucho menos, nuestro pensamiento, y más allá de sí, la intensidad de nuestra máquina se apaga con el menor de los movimientos más grotescos de la Tierra.

La palabra es desprendimiento, del verbo desprender, lo que la Real Academia Española define como “desapego, desasimiento de las cosas” y aquí vamos. Sí, le tememos a la muerte, nadie quiere morir, nadie quiere exigirse el miedo de la ausencia, nadie, absolutamente a nadie, le gusta el dolor de una manera tácita y firme. No deseo involucrarme con las filias porque eso corresponde al mismo género que la farsa, pues amar el dolor, sencillamente, es una de las figuras que debemos aplaudir como una revelación más de nuestras capacidades humanas. Y todo, siempre, ha sido un constructo que nos hemos colocado en el imaginario colectivo con el fin de otorgar una carga a la última acción que haremos, morir.

No podemos definir a la muerte como algo más allá del precepto que hemos alcanzado: sólo hay posibilidad de reparar cuerpos pero ninguna vitalidad para mantenerlos eternamente. No hay ninguna perfección en el estigma humano, ni siquiera desde un ámbito filosófico, artístico, político, religioso, espiritual o cualquier otro similar, o da lo mismo, a lo que llegue nuestra mente. La realidad más palpable y auténtica que hemos encontrado es que todo tiene un principio y un final, y eso, con finura, debe ser trabajado en comunidad por el bien de la especie, o por lo menos, por el bien de nuestra individualidad. Pues si bien, contemplar la ausencia de algo o de alguien, es un proceso al que se llega desde la aceptación y sin ningún remordimiento. Todo, de una vez por todas, ya no será como alguna vez lo percibimos. El mismo hecho de que estamos en un planeta en constante movimiento, o eso hemos querido suponer, es ya una puerta establecida al infinito, un cuerpo material del que no hemos conocido en sí, la grandeza de su poder. 

Encuentro. Foto: Miguel Asa

Y lo que aprecio, sencillamente, es que todo cambia a cada minuto. He aprendido a ser consciente de mi muerte, de mi cierre, de mi colapso, de mi final, así de sencillo. Pero no la contemplo como algo que sepa con claridad y firmeza, creo que nadie, sino todo lo contrario, por mérito propio, aprendí a amar a la muerte con simpleza y cautela. Las personas que han muerto son ausencias necesarias para la expansión mental del humano en vida hacia su interior. Buscamos las respuestas en todas partes y la mayoría de ellas están en nuestra consciencia, de ahí que podamos concebir la fuerza propia como elemento de equilibrio. La resistencia depende de la paciencia, y ésta, de la ligereza a la apertura ante todo y con todo. En sí, hay que despreocuparse por los prejuicios, los mitos, las oraciones, las palabras, y todo aquello, que de una u otra manera nos limitan. Uno de esos conceptos es el miedo a lo que la sociedad señala. Quizás sea, debido a ello, que nos hemos construido fronteras de muchos tipos simplemente para mantener la razón emocional en pie del temor al desfavorecer a nuestra libertad, así sea educativa, sexual, activa, deportista y cualquier otra parecida que conlleve decisión desde la individualidad. Y es que no somos dos veces en ningún momento.

Para ello, entre lo que uno vive y cómo lo vive, el desprendimiento nos toca en todas direcciones. Y es que el duelo parte de una sensibilidad del estar y no. Aceptar es. En sí, no hay más qué hacer después del desplome de un elemento humano: un muerto es un muerto es un muerto es un muerto y nada más. Quisiéramos que todo fuese armonía para confrontar al artefacto final de una manera cómoda e indolora, pero nos hemos disfrazado de ella con la finalidad de cometer la falsedad de observarnos finiquitados. Y no acaba ahí el pensamiento sobre la muerte. Hemos escrito libros, le hemos construido la maldad a su alrededor para definirla limitada y contraria a la victoria de la vida, del existir. ¿Pero en qué momento será posible darnos cuenta que somos flores, papalotes y mercurio? Todo, en sí, es un elemento que proviene de la Tierra. De ahí que estemos en un pensamiento infinito, en una construcción-destrucción diaria, en un ciclo en el que nadie, por lo menos humano, tiene la capacidad para determinar sus procesos.

El descubrimiento de sabernos, de conocernos, de observarnos, son sólo ejercicios retóricos para entretener el pensamiento y tener, al menos, una idea de lo que somos o creemos ser. Pero, cuando uno se despide, no aterriza por costumbre. Lo válido aquí es no desahuciar nuestra individualidad por pretexto debido a la ausencia de fortaleza, de voluntad y de aceptación. Cuando un humano se marcha, pesa, pero debemos ejercitar la capacidad del desprendimiento, así como de las cosas, de los tiempos, de los momentos, de los trabajos, de los esfuerzos, de las certezas, de las equivocaciones, de las jugadas, de los caminos, de los lugares, de las personas, y sobre todo, y al final de cuentas, de los espíritus de éstas, que será el mayor desapego que logremos en vida. 

Sensaciones y lucidez. Foto: Miguel Asa

Hay que celebrar la muerte desde la naturalidad de la materia. Así pues, el existir es abrazar la realidad con una cualidad de aceptación como un cuerpo en detrimento. Así se encuentra la muerte desde la incertidumbre sin tanto daño a nuestra salud mental, a esa percepción que nos permite, por lo menos, de alguna manera, un bienestar prioritario con nosotros mismos. Quizás pueda tratarse de la fragilidad de la muerte como eje rector de la vida, y así lo es, la marca la portamos todos y sin fecha ni aviso predeterminado de caducidad. Habrá planes para producir, pero hay una actividad que ejecuta protesta a la vida sin ningún remordimiento. Entonces, ¿qué hacemos al estar vivos y aniquilar nuestras posibilidades del rendimiento personal al aletargarse uno por la tristeza, la depresión y otras enfermedades mentales que nos trastornan tras el deceso de alguien cercano? 

Sencillo es el dominio de las emociones, de los sentimientos y de los pensamientos, pero por una u otra cuestión, no nos permitimos ello, pues la incertidumbre dentro de las sociedades se ha expandido como una de las mayores problemáticas mentales. De ahí que todo tenga que ver con el desarrollo de saber qué deseas aquí, las direcciones, los sueños y las posibilidades de que compartamos sin límite. 

“El muerto al pozo y el vivo al gozo”, dice cierto refrán y sólo queda el recuerdo como el paso de lo que fuimos, una evidencia que nos posibilita reconocernos a nosotros en el presente para trabajar constantemente, de manera incierta, por un futuro desconocido. Creamos para vivir y preservar, pero será imposible en el cambio, si no nos damos cuenta de la oportunidad de desprendernos de todo. Es necesario comprender que la muerte generará diversos procesos que aún hoy día se estudian, y en ellos, la diversidad y la perspectiva que sucede con el cambio social.

Retrato del silencio. Foto: Miguel Asa

Y vuelvo, desprendernos es esa capacidad que podemos alcanzar tras el descubrimiento personal que nosotros decidamos entregarnos, pues si bien existe en la comunicación humana que “debemos consumir”, la posibilidad y la ligereza por descubrir, quizás, muy elocuentemente, se trata de una perspectiva que algunos hemos logrado percibir tras el gusto por viajar de mil y un maneras, y quizás no sólo de ello, sino el de medir las capacidades que nuestras máquinas de carne nos posibilitan, ahí la resistencia, la apertura , la incomodidad, el cansancio, la adaptación, la fatiga, el sudor, la molestia, la caída y un sin fin de acciones, términos y conceptos que se aletargan en nuestra mentalidad de aventura. Por ello, de tal manera, el dolor es un profesor de alta alcurnia al que le gusta poner caramelos en las páginas de la vida para enfrentar un poco al peligro, sin embargo, siempre, casi siempre, hay una oportunidad ante la paciencia y la incertidumbre. Y sí, continuamos, nos ofrecemos la vitalidad para expandir nuestro sentir y ello sólo sucederá una vez, ninguna sensación, por más parecida que sea, será igual jamás.

Así que sí, tenemos miedo y existe el desprendimiento. Hay trabajo por arriesgar en la incertidumbre y nos mantenemos a flote en el cuerpo sistemático de diversas maneras. Uno debe de pensar ciertamente en sus posibilidades y amarrarse los deseos lo menos posible, ya que de suceder así, detenemos los sueños y las posibilidades de acudir a nuestra propia realización personal. Una es el desprendernos de todo lo que nos rodea para caminar ligero, pues a pesar de que el juguete de la muerte lo portemos a cada rato, debemos de no cargar a nuestro ser de sentimientos, emociones y pensamientos que procuren la inestabilidad mental. Al final, la única razón para sentir es aquella que nos permite visibilizar nuestra capacidad receptiva y sensible. 

La última vez que me despedí de un cercano pase con él 15 minutos. No había razón ya para llorar, para clavarme una espina en el pensamiento, para exprimirme el lienzo de rigurosas memorias, incluso, para intentar recuperar lo perdido; me he convencido: lo hecho, hecho está y no hay retorno. Le agradecí ante su cadáver en un momento a solas. Y me di cuenta que estaba hablando con un cuerpo inactivo, con un muerto, con la materia que ha perdido la energía humana y así quedó. Un muerto es un espejo de nosotros mismos. Y es que no sólo es un proceso de observación ni desprendimiento, también se trata de un proceso de crecimiento, pues dentro del duelo, entre nuestros miedos, nos refugiamos en la propia violencia hacia nuestros cuerpos, y es que el dolor que engulle nuestra mente por la pérdida de cualquier cercano, nos trastorna, nos conflictúa y nos mata poco a poco. He ahí el balance de nuestra propia evolución. Nos violentamos a tal grado de no concebir la posibilidad de morir en cualquier momento. Nos anulamos nuestro quehacer, nuestra creatividad, nuestros esfuerzos y entonces, ahí, en ese punto, es donde existe la certeza de quiénes te abrazan, te apoyan y te estiman. Habrá que ser cauto cuando la vulnerabilidad está cerca. Entre la humanidad y su discordia hay muchos factores.

Pausa y seguimiento. Foto: Miguel Asa

Sí, he perdido un poco más el miedo a morir y estoy tranquilo con ello. Estuve en distintos puntos, con una serie contundente de pérdidas, dentro de mi familia y fuera de ella, pero al final, personajes que de alguna u otra manera marcaron el quehacer de mi existencia. No es por demás concebir a la muerte con diversas definiciones, pues, si bien no lo sabemos, lo pretendemos. Es un pesar que nadie nos pueda explicar de buena cuenta lo que se siente en el proceso final.

Luces. Foto: Miguel Asa

Y así como dijo mi comunidad en sus respuestas. La muerte es la flor al final de la vida. Es un renacer. Es sublime, perfecta, cándida a veces. Evolución y transformación. La muerte es la cúspide, el paso a otra dimensión. Plenitud. La muerte es insípida, omnipresente. Morir es una fiesta, el premio. La muerte es la llave del secreto mejor guardado. Así liberación, así bendición, es morir. Es lo único seguro al nacer. Quizás, el sentido de la vida, la mudanza de la existencia. La muerte es definitiva. Una mariposa. Es el olvido de los motivos para vivir. La muerte es necesaria. Es un presagio, siempre, el misterio más abstracto y profundo de lo que existe. La muerte es delirio, decreto y ascensión. La muerte es compasión, caridad y amor. La muerte es chumbala cachumbala chachumbala. La muerte es una carta de la lotería. La muerte es la trascendencia. La muerte es agradecer. Aquel inicio de lo desconocido. Morir es la salvación para irse de este mundo de mierda. La muerte es un espiral, un retorno, un círculo. La muerte es el regalo más sublime que ofrenda la vida. La muerte es una metamorfosis. La muerte es la distancia entre el amor y la añoranza de una esperanza no realizada. La muerte es encuentro, la única verdad. La muerte es silencio. La muerte es negocio. La muerte es un umbral. Así despertar y reconectar. Es un tránsito místico y doloroso para los que nos quedamos. Es trascender. El regreso a casa. La muerte es canción. Es una confirmación de la existencia, otro comenzar, otra vida, el último suspiro, el ciclo. La muerte es ausencia. La muerte es parte de. Se trata del regreso al nacimiento. La muerte es el mayor misterio. Es, ciertamente, un acto poderoso de magia real, un instante de alquimia, una chispa. La muerte es victoria, una puerta, dormir sin que nadie te despierte. Es la meta a la que todos llegamos, es el retorno al origen. La muerte es un cliché. Es una compañía eterna. La muerte es natural. La muerte soy yo y ya está.

En memoria de toda la comunidad a mi alrededor que murió en los últimos años, siempre gracias por lo compartido ante mis ojos.